Hacer carrera como mafioso, al contrario de lo que suele pensarse, no es fácil. Es un camino largo, lleno de sacrificios y decepciones. Hay que empezar joven, hacer oficios miserables, ser constante y aguantar órdenes absurdas como si no se estuviera en la mafia, sino en el ejército. A pesar de que las fiestas de celebración son buenas y están regadas de licor, drogas y mujeres, cada paso adelante es un verdadero suplicio y se pasan muchos ratos amargos hasta ascender y conseguir misiones honrosas y dignas como matar enemigos, policías o clientes incumplidos.
En el camino, también, hay que ver caer a los amigos o tiene que matarlos uno mismo para, por fin y después de muchos sacrificios, acceder al poder. Y el poder en la mafia tampoco es fácil.
Cada hombre que te rodea quiere arrebatártelo, la policía siempre quiere una tajada más grande de la que merece por callar o por no actuar, siempre hay agentes extranjeros intentando ganar méritos con tu captura; a la familia hay que mantenerla lejos, verla poco y darle mucho dinero o ella misma te traiciona.
Eso sin contar la competencia de los otros carteles, las traiciones de las mujeres que uno en algún momento creyó propias, la permanente exigencia de dinero de los políticos y la avaricia de los empresarios que siempre quieren venderte una fábrica que está quebrada hace tiempo o unas tierras que ya no producen ni plagas o malas hierbas.
Por todo esto, cada hombre que triunfa en la mafia se consuela dándose sus caprichos, algunos muy sencillos, otros muy costosos, pero caprichos al fin y al cabo.
Un capricho es lo único que es verdaderamente propio que tiene un mafioso y esos caprichos son su talón de Aquiles. Por ellos caen. Ante ellos, sus costosas estructuras de seguridad se vuelven inservibles, sus refugios más ingeniosos son descubiertos y por ellos, al final siempre terminan apareciendo en una foto esposados, con mirada de vergüenza y ya seguros de que los buenos tiempos acaban de terminar.
Estas historias lo convencerán de que no existen las mentes maestras. Por más malos, poderosos e inteligentes que hayan sido,siempre un pequeño desliz ha hecho caer a capos que se creían invencibles.
Al Capone
Al Capone, el mafioso de mafiosos, el hombre insignia en los mitos del bajo mundo, se daba el capricho de evadir impuestos. Así, sin necesidad, un hombre que nadaba en dinero en efectivo no quería pagar los impuestos de los pocos negocios lícitos que tenía. Nadie le advirtió que en los Estados Unidos, traficar con alcohol, mujeres y armas o matar un hombre siempre será menos grave que incumplirle al fisco. Ese descuido, que le hubiera solucionado hasta el más tonto de los contadores, lo llevó a la cárcel. Moraleja, no te des caprichos con los recaudadores del Estado, estos hombres son peores que la CIA y la DEA juntas.
Bernardo Provenzano
A Bernardo Provenzano, capo de capos en la mafiosa Sicilia, el hombre que reinó en la mafia de la isla durante décadas y que jamás había sido fichado y ni siquiera visto, lo llevó a la cárcel una costumbre que seguramente originó una mamá autoritaria: el hábito de llevar ropa interior limpia. Gracias a esa costumbre un poco tonta para un hombre que era ya mayor y que no coqueteaba con jovencitas, la policía rastreó los envíos de ropa que le hacía la mujer y allanó su guarida. Encontró un anciano venerable que para ordenar asesinatos no usaba el teléfono ni el email, que solo se comunicaba con mensajitos enviados en pedazos de servilleta y que, a pesar de haber ordenado tantos asesinatos, no podía pasar un día sin cambiarse de calzoncillos.
Pablo Escobar
En América Latina, continente de telenovelas, los caprichos de los capos son más sentimentales o más fastuosos. A Pablo Escobar, máximo jefe del mal hablado Cartel de Medellín, el hombre que arrodilló un país a punta de bombas y asesinatos, que entró en la lista Forbes de los mayores millonarios del planeta, que se burló de la CIA, la DEA y demás agencias estadounidenses, lo encontraron finalmente porque no podía vivir sin hablar con su pequeña hija, Manuela. Ese afán de oírla y preguntarle cómo estaba hizo que un grupo integrado por la suma de todos sus enemigos lo encontrara en una casa del barrio Los Olivos en Medellín y consiguiera matarlo mientras su obeso y peludo cuerpo intentaba huir por el tejado de una casa vecina.
Rafael Caro Quintero, José Jorge Balderas Garza y Chenli Ye Gong
Los mexicanos, aún más sentimentales y por lo mismo más crueles que los colombianos, no lo hacen mejor a la hora de darse sus peligrosos caprichos. Rafael Caro Quintero, capo de capos en el México de los ochenta, un hombre al que se le dedicaron todos los corridos de la época, tuvo una vida que dio para hacer varias películas y documentales y prometió pagar la deuda externa de México. Su caída fue por culpa de Sara, su novia menor de edad, que no podía vivir sin llamar a sus papás y contarles sus rutinas diarias para que le creyeran que no estaba secuestrada, sino enamorada del terrible mafioso. Las llamadas de Sara no lograron nunca convencer a los papás de que la chica estaba con el narco por puro placer, pero sí confirmaron algo que cualquier cristiano tiene muy claro: la excesiva comunicación de una chica con la familia siempre lleva a la tragedia al marido.
A veces las chicas no están muy afanadas por comunicarse con la familia, pero sí están ansiosas de mantener actualizados sus perfiles en Facebook. Este fue el caso de José Jorge Balderas Garza, otro narco mexicano, que fue apresado porque Juliana Sossa Toro, su hermosa novia colombiana, publicó en la red social las fotos de la casa que compartía con el narco en los Bosques de Chapultepec. Juliana, que fue Miss Turismo en Antioquia, fue encontrada junto al narco, y mientras el hombre era esposado y subido a los carros de la policía federal, posó para los fotógrafos, sonriente y orgullosa de sus hermosos ojos verdes.
Chenli Ye Gong, un hombre de origen chino que se dedicaba a lavar dólares para la mafia mexicana en Las Vegas, Nevada, pasaba semanas enteras jugando en los casinos donde perdía sin el menor rubor grandes cantidades de dinero. Tanto perder y seguir celebrando y jugando despertó las sospechas de las autoridades, que empezaron a seguirlo y en un allanamiento a la mansión donde vivía encontraron doscientos siete millones de dólares en efectivo. Llorando, Chenli les confesó a los policías estadounidenses que los narcos mexicanos lo obligaban a llevar esa tortuosa vida de millonario irresponsable. Sin embargo, en una declaración ante los jueces, Michelle Wong, la hermosa camarera que lo acompañaba en los ratos que no jugaba, lo delató como un simple lavador y logró así que Chenli pasara de jugar en Las Vegas al patio frío y peligroso de una prisión federal.
Rafael Cedeño
El mundo de telenovela de los mafiosos mexicanos tiene también ribetes religiosos. Los narcos del vecino pobre de los Estados Unidos pueden pasar escondidos la mayoría de sus días, pero jamás dejarán de salir de su escondite para ir al bautizo de alguno de sus vástagos. Rafael Cedeño, el líder de la familia michoacana, un mafioso que no solo controlaba el tráfico de drogas, sino los puertos, las mineras y los políticos y policías de la región, organizó una fiesta con cuatrocientos invitados en un hotel de la ciudad de Lázaro Cárdenas y, por andar celebrando que el heredero había caído también en la corrupción de la Iglesia, no solo lo capturaron a él, sino a 44 de sus subalternos.
Édgar Valdez Villarea
Algo más simple y tonto le pasó al peligroso Édgar Valdez Villareal, alias la Barbie. Villareal, que llevaba años escondiéndose y se había hecho dueño del narcotráfico en la ciudad de Nuevo Laredo, fue sorprendido por varias patrullas de la policía federal conduciendo enloquecido por una autopista. Cuando recibió la orden de detenerse, la Barbie se bajó de su camioneta tranquilo y sin preocupaciones y se presentó sin siquiera sospechar que estaba ante los únicos policías insobornables de todo México. Al final, a pesar de que se rio un buen rato y ofreció una gruesa suma de dinero porque no le pusieran la infracción de tránsito, no logró sobornarlos y su sonrisa se apagó mientras era subido a una patrulla para ser conducido a la cárcel.
James "Whitey" Bulguer
En el crimen estadounidense, los caprichos no son menores. James “Whitey” Bulguer, el hombre más buscado del bajo mundo durante las últimas dos décadas, cayó finalmente por estar pagando las cuentas de salón de belleza y cirugías estéticas de su novia. Cansados de buscarlo a él, los agentes del FBI decidieron centrar la búsqueda en la mujer. Se demoraron en deducir algo elemental: que entre tantos chismosos y chismosas que frecuentan estos lugares tenía que haber alguien que conociera a la mujer y la echara al agua. De esta manera, el hombre que inspiró The Departed, una película de Martin Scorsese, y que no solo traficó con drogas, sino que dejó una larga lista de asesinatos en su historial, fue a parar a una cárcel fría y sin peluquería ni cirujanos del colosal y vengativo país del norte.
Rodolfo Bomparola
En el sur, los capos caen por el más desagradable de todos los caprichos: la violencia doméstica. Rodolfo Bomparola, un mafioso que gustaba de proveer drogas a la farándula bonarense, cayó porque su esposa, cansada de los maltratos del hombre, se dedicó a seguirlo, a grabarlo y a fotografiar a sus clientes. Con las pruebas en la mano, la mujer fue a la policía y lo demandó para que por fin se lo llevaran de la casa y no siguiera pegándole. Ante tanta evidencia, los policías, que también eran clientes de Bomparola, no tuvieron más opción que capturarlo y dejar de esa manera a buena parte del mundillo cultural de Buenos Aires sin su proveedor de psicotrópicos.
Carlos Ledher
De regreso al terreno colombiano, ni siquiera un peligroso narco es capaz de evitar el caos en una rumba. Carlos Ledher, el socio de Pablo Escobar, el dueño del cayo de las Bahamas donde se abastecían de combustible los aviones cargados de coca del Cartel de Medellín, cayó porque un vecino de su finca se cansó de que un grupo de sicarios de Ledher hiciera demasiado ruido mientras se fumaban un baretico. El vecino, furioso, no se sabe si solo por esto o si porque no lo habían invitado a la fiesta, llamó a la policía y los agentes tuvieron que hacer lo que más les duele hacer en este mundo: interrumpir la rumba y llevarse al anfitrión para una celda donde lo iban a obligar a vivir sin drogas, sin mujeres ni música a alto volumen.
Don Diego, John Fredy Manco, Camilo Torres (Fritanga)
Ya en tiempos más recientes, Don Diego, el mandamás del Cartel del norte del Valle, el mafioso más buscado de sus tiempos y por quien el Gobierno de los Estados Unidos ofrecía cinco millones de dólares, cayó por la causa más común por la que caen los mafiosos: por querer dormir con una modelo. El ruido de los helicópteros y las escaramuzas de las tropas que siguieron al rastreo de la chica los oyó en brazos de la mujer y apenas alcanzó a ponerse los calzoncillos antes de salir corriendo y esconderse en un matorral. Acurrucado y seguramente todavía con el olor de ella en la memoria, estiró los brazos para que le pusieran las esposas, mientras a ella los soldados le ayudaron a vestirse y subirse en un carro para desaparecer y no sumar a las manchas de su ropa interior, la mancha de su prestigio.
La lista de modelos, actrices y reinas de belleza que terminaron por hundir a sus amantes traquetos es más larga que un desfile de miss universo. Famosa es la captura de John Fredy Manco, alias El Indio, quien por llevar a Sara Builes, su novia, a ver el partido Inglaterra-Brasil en la reinauguración del estadio Maracaná, en Río de Janeiro, fue rastreado y atrapado. Builes y El Indio vivían felices y tranquilos en un condominio en España, pero una tarde la chica se cansó de estar siempre junto a la piscina y le pidió que se dieran un paseíto. Como siempre, El Indio fue a parar a la cárcel y la chica se fue tranquila de regreso a casa porque acostarse con un mafioso no es delito ni genera antecedentes judiciales.
A veces, un simple capricho futbolístico no hunde a los capos, sino que los traiciona el mismísimo deseo de casarse con las muchachas. Camilo Torres, Fritanga, un narco colombiano que había logrado hacerse pasar por muerto y que gracias a la artimaña disfrutaba del éxito en los negocios, las playas del Caribe y de su hermosa mujer sin preocuparse de la policía, fue capturado por la ruidosa fiesta que organizó para celebrar la boda. Era lógico que una celebración de cinco días, amenizada por los más importantes cantantes del momento y con actores, actrices y muchos otros famosos invitados, iba a levantar sospechas en las autoridades de la pequeña isla donde se escondía el excesivo Camilo. Fritanga, al final, no pudo terminar de celebrar, le tocó despedirse de la novia e ir a esperar que lo visitara en la cárcel y así, en lugar de tener luna de miel, conformarse con la breve y fría visita conyugal.
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